Hasta los más sosos tienen chispa si hablamos de electricidad estática. Nadie se salva de ella. Ya puedes ser alto, bajo, guapo, feo, delgado o voluptuoso que, seguramente, alguna vez hayas sufrido ese desesperante latigazo al bajar del coche, al tocar el pomo de una puerta o, simplemente, al rozar a otra persona.
Nuestro cuerpo, como buen conductor que es, tiene la capacidad de cargarse de electricidad estática ante determinadas acciones de la vida cotidiana. Ganamos y perdemos electrones sin darnos cuenta. Pero cuando acumulamos demasiada energía, debemos soltarla en algún momento. Descargarla. Y es entonces cuando aparecen los famosos calambrazos.
Fernando Pérez, director técnico de la Fundación para la Salud Geoambiental y experto en este ámbito, pone un ejemplo muy gráfico para entender cómo se producen. Y lo hace desgranando uno de los chispazos más molestos:el que sufrimos al salir de un coche.
«En épocas de mayor sequedad, el aire pierde conductividad y hay más posibilidades de que el vehículo, cuando roza con éste, se cargue de electrones al estar en movimiento. Nosotros ganamos algunos de esos electrones, no sólo por estar sentados en el asiento, también al tocar el volante, la ventanilla… incluso se transmiten a través del aire. El coche está aislado de la tierra gracias a los neumáticos de goma, así que, cuando bajamos y pisamos el suelo, y a su vez queremos cerrar la puerta, es cuando nos llevamos el latigazo. Se produce un reequilibrio de cargas entre el coche y la tierra, con nosotros como intermediarios. Los tres elementos nos quedaríamos con la misma carga», explica Pérez.
Las oficinas grandes son otro de los lugares donde más percances de este tipo se pueden sufrir. Sobre todo en aquellas con suelos sintéticos continuos, como moquetas o tarimas elaboradas con PVC. «Cuando existen más de 3.000 voltios de diferencia de potencial entre nosotros y el pomo, la puerta del coche o cualquier objeto donde descargar o recoger electrones, aparecerá la chispa. Hemos llegado a ver trabajos donde se podían medir hasta 12.000 voltios… en este tipo de lugares, la gente está muy tensa por recibir descargas continuadas. Se llevan calambrazos en el ascensor, al rozar a un compañero… Genera un gran nivel de estrés», detalla Pérez.
Aunque tensión y ansiedad no son los únicos padecimientos que este calambrazo supone para el ser humano. También puede generar episodios de irritación, astenia, cansancio, dificultad para enfocar plenamente la vista y, en algunos casos extremos, lipoatrofia semicircular.
«Esta enfermedad consiste en la presencia de hendiduras en piernas o brazos. Es como si te hunden un dedo sobre un muslo o zona de tu cuerpo y, cuando se retira, se te queda el hoyo para siempre. No duele. Tampoco matan ya que los chispazos tienen una tensión alta pero una baja intensidad. Lo que pasa es que si esa descarga se produce con asiduidad sobre un mismo punto, genera una atrofia ya que el tejido graso desaparece. Y ésta es una enfermedad laboral reconocida, pero sin baja laboral», señala el experto.